El Real Oviedo se presentó en Son Moix después doce
partidos consecutivos sin conocer el amargo sabor de la derrota. No es
casualidad y sí fruto del trabajo bien hecho. La victoria del Mallorca debe
situarse sobre el peldaño que se merece. Fue un triunfo muy importante pero
gris. Era un partido difícil y, al menos, se consiguió aquello que otros no
pudieron alcanzar.
Jugar con la ventaja de un futbolista más es una ventaja
que tiene que saber aprovecharse. Trenzar ataques, con posesiones balón, para
desgastar al adversario debía ser una consigna grabada a fuego. Eso o
contraatacar para intimidar. No fue ni lo uno ni lo otro. El Mallorca
interpretó mal su partido y sufrió mucho para poder ganar.
Los siete goles encajados en los últimos tres partidos,
además de algunos titubeos en la ocupación del campo, obligaban a presentar
mejoría competitiva. El Mallorca, para derribar a uno de los mejores equipos en
ataque de la Segunda División, necesitaba defender más y mejor. Esto sí se
hizo. Pero para vencer no es suficiente solo neutralizar bien. También toca
atacar o contraatacar de forma eficaz. Y aquí aparecieron lagunas casi
desesperantes.
Sergio Egea tiró de cierta produencia inicial. Sus
últimos coqueteos con dos sistemas de juego le llevó a apostar 1-4-2-3-1.
Intentó buscar más control a través de la posesión de balón situando a Michel
por detrás de su mejor artillero. Después llegó la expulsión y se adaptó, como
pudo y con algún error, a las circunstancias.
Toché conoce los criterios de ser referencia pero aquí
los centrales del Mallorca pudieron secar una posición que no fue demasiado
combustible. Secar el grifo de Susaeta debía convertirse en prioridad
absoluta. Sus apariciones por la banda derecha estaban más que anunciadas y
aquí debía emerger la solvencia del lateral izquierdo rojo. El encargado fue un
Company que cumplió con bastante solvencia.
El Mallorca solo aprovechó un error grosero de su rival.
La posición endeble de Aguirre sobre el lateral, hasta que fue cerrada por
Peña, fue torpedeada por Lago Junior. El número catorce, junto con Salomao,
fueron la munición para tumbar a un adversario superior. La lección debe
aprovecharse. La jerarquía en el juego se conquista y el equipo mallorquín
perdió el control del partido durante demasiados minutos.
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