Meter una bala en el tambor, para jugar a la ruleta rusa,
y apostar a ganador es un error que suele llevar al fracaso. El
Mallorca juega demasiados partidos desde una posición de superioridad que no
ostenta. Reflexionar, sobre el estilo de juego, es ya una pura necesidad. En
muchos campos de Segunda División hay candidaturas presentadas al ascenso. Sólo
tres conseguirán su objetivo y algunos, demasiado pronto, se han colocado la
vitola de súper favorito. La Liga es justa. Este sistema de competición coloca
a cada uno en su sitio y los mallorquines empiezan a situarse en tierra de
nadie. La irregularidad castiga sin piedad y el juego es tan inconsistente como
previsible. El Mallorca ni puede, ni debe, seguir jugando partidos como si
fuera el mejor equipo de la Segunda División. Porque, de momento, no lo
es.
El Mallorca tiene que empezar a defender bien y debe hacerlo cuanto antes. Pero para ello la mentalización será muy importante. El equipo tiene que saber aceptar la realidad sobre la que se encuentra. Aquí no hay favoritos y cualquier equipo puede ganar a cualquiera. Trabajar y madurar los partidos, desde la portería bien defendida, es ya una pura necesidad competitiva.
Es necesario reforzar la línea de presión
en la medular. Y hay dos maneras de hacerlo. O se mete un futbolista más, o se
obliga a la media punta a trabajar a destajo para igualar fuerzas. Ganar la
batalla del centro del campo ayudará a cerrar la portería propia y ese es,
ahora mismo, el objetivo prioritario. Porque el eje de la zaga también es una
verdadera sangría. La pareja de centrales tiene virtudes pero también un
defecto que es condena. La falta de velocidad tiene que esconderse y aquí es
necesario aplicar dos opciones. Retrasar la línea de zagueros, evitando
espacios a sus espaldas, y aumentar distancia en coberturas. Trabajar de
verdad, en defensa, para después intentar aprovechar ocasiones en ataque es una
fórmula que empieza a vislumbrarse más que necesaria.
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