Emociones, sonrisas y alguna lágrima he vertido en el Lluís Sitjar. Allí viví mi primer partido en directo, un Mallorca - Margaritense de tercera división, que sirvió para inocularme el virus del futbol en la sangre. El recibimiento del rival, con ramos de margaritas, los gritos de ánimo y la victoria del equipo local quedaron impresos, para siempre, en la memoria de un niño.
Pensar en este campo es recordar. Aquella rabona mágica de Maradona justo delante de mí posición. El triunfo ante el Espanyol, con prórroga incluida, que sirvió para devolver la Primera división. Los gritos de ánimo al mejor portero de la historia del Club; Ezaki Badou. El murmullo de la afición cuando el árbitro señalaba una falta y sobre el campo estaba Rolando Barrera. La jerarquía de Gallardo en el eje de la zaga. Miguel Ángel Nadal mostrando su fútbol al mundo y convirtiéndose en ídolo para muchos.
Los gritos de Serra Ferrer, la mirada de Lucien Muller, la estrategia de Héctor Cúper o la habilidad de Marcel Domingo, entre muchas otras, son vivencias recordadas y grabadas a fuego
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