Sí, hay luz. Dentro del túnel se ve la salida pero también
un tren que se dirige hacia la posición estática del Mallorca. Gotas de buen
juego, con fortalezas tácticas posicionales, mezclado con poco oficio para
cerrar un partido que debería haberse ganado.
En fútbol no hay mal eterno y, a partir de ahora, los rojos deben
repuntar en juego y resultados. El objetivo rojo es nítido y cada partido debe
trabajarse para vencer; no para empatar.
El Mallorca entró mal al partido y ya en el primer minuto
Miño tuvo que lucirse, de manera brillante, para evitar el gol alicantino.
Inicialmente José Luis Oltra apostó a una línea de retaguardia formada por
Nunes y Bigas en el eje con Ximo y N'sue en los flancos. El triángulo que
formaron centrales y portero mejoró, durante muchos minutos, y otorgó menos
posibilidades al adversario. Iñigo Pérez, Thomas y Martí estuvieron en la
medular. Y jugar con tres por dentro empieza a ser más que una posibilidad. La
asistencia en banda fue para Alfaro con Víctor y la referencia cayó sobre las
botas de un Gerard que volvió a marcar.
Por su parte Quique Hernández se enrocó en la medular. Pintó el centro del campo con tiza y voluntariamente perdió territorio ¿Cómo lo hizo? Protegió el eje con la fortaleza de Yuste y la escolta creativa de Javi Hervás. Sólo dos futbolistas por dentro pero con la intención de conseguir igualdad numérica en zona de medios. Y durante muchos minutos del partido tuvo el balón pero no el control.
El Mallorca jugó colectivamente mejor pero volvió a tener
algunos errores individuales que le
hicieron perder dos puntos valiosos. Un fallo, como el de Miño, ni puede ni
debe condicionar el final del partido. Los rojos sintieron el miedo a perder la
ventaja, recularon en exceso y casi terminaron por pedir la hora.
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