El Mallorca
no es el Real Madrid o el Barcelona de la Segunda División. Ese papel, en la
categoría de plata, está huérfano. Simplemente no existe. Cada categoría tiene su fútbol y el Mallorca
sigue compitiendo fuera de lugar. Los rojos han jugado los tres primeros
partidos como si fueran los últimos y la ansiedad ya se ha adueñado de todos.
No reconocer los errores arbitrales sería tan falso como tapar los disparates
propios. Sí, el Mallorca ha tenido mala suerte con los arbitrajes pero su juego
está rozando el ridículo. Buscar un único culpable no será la solución. Desde
todos los ángulos, tanto deportivos como institucionales, se han cometido errores
y empezar ha aplicar soluciones es muy necesario. Las tres derrotas, los goles
encajados y anulados, las expulsiones, los errores tácticos, el agarrotamiento
y la falta de intensidad reconocida por los propios jugadores deberían servir
para algo.
Seguir
mirando el objetivo final, sin ser eficaz minuto a minuto, será una condena
insuperable. José Luis Oltra debe voltear toda esta situación. Él es el
entrenador y dentro de sus funciones está manejar este tipo de estados. Lo primero, y
a la vez más importante, es tejer un buen plan de combate. Un equipo debe
adaptarse a la realidad de sus futbolistas y el Mallorca tiene virtudes pero
también limitaciones. Proteger a los centrales es una pura cuestión de
supervivencia. Coberturas más profundas, ayudas de laterales y asistencias de
pivotes pueden aligerar el estrés defensivo. Sellar la portería propia debe
convertirse en prioridad. El ataque, en sus diferentes formas, tendrá que estar
supeditado a la manera de protegerse y no al revés. Ningún equipo del mundo
puede soportar tantos errores defensivos y éstos deben terminarse ya.
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