Cualquier entrenador, de cualquier equipo y de cualquier
categoría, tiene jugadores descontentos con su manera de trabajar. El vestuario
es un cúmulo de egos individuales de difícil manejo y solo los resultados
terminan apuntalando la posición del preparador. Los futbolistas, que menos
juegan y que por tanto más descontentos están, pueden encontrar fisuras sobre
la capacidad de liderazgo del entrenador.
Aquí el club debe ejercer un papel de
control pero sin intromisión. No hay mejor entrenador que el propio. Cerrar
filas otorgando un mando creíble es vital para el buen funcionamiento del
colectivo. Y aquí el Mallorca ha estado poco hábil. Ser mucho más consecuente,
eficaz y silencioso hubiera traído menos problemas.
Todas las reuniones
públicas de los futbolistas con el Presidente, sin la presencia del entrenador,
han debilitado su capacidad de liderazgo. Y así se ha acelerado la combustión.
Era cuestión de tiempo que algún futbolista explotara de forma pública.
Albert Riera antepuso sus intereses individuales a los de
todo el colectivo y colocó a su entrenador en una situación límite. Su error es
total y no se puede justificar. La situación deportiva del equipo es
prioritaria y el jugador simplemente la olvidó. Miquel Soler no tuvo mucha
opción. Su papel en esta historia es compleja
aunque en la rueda de prensa, previa al partido ante la Ponferradina,
hubiera podido manejar y explicar mejor la situación.
Por su parte el Real
Mallorca respondió, a la crisis, con eficacia y rapidez. El comunicado, no
podía ser de otra manera, fue quirúrgico, contundente y ajustado a medida. Pero
el fuego ya se ha extendido y sofocarlo sin heridos será imposible. Llegar a esta situación tan terminal es tan
contraproducente como eludible. Evitarlo es trabajo de la maquinaria del club.
Utz Claassen, como propietario del Real Mallorca, S.A.D., debe ser el líder
ejecutivo de la entidad. Pero jamás debe quitar poder a su entrenador. Sus
coqueteos con el vestuario, sin la presencia de Miquel Soler, han sido
perjudiciales. Minimizar la fortaleza de un entrenador de fútbol termina
trayendo consecuencias y, en este caso, se ha debilitado la fortaleza del
vestuario. No hay que olvidar que el entrenador maneja el segundo patrimonio
más importante de un Club; sus jugadores.
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