La Liga está llegando a su
fin y, como en cada temporada, se dictará sentencia. Ninguno de los descendidos
podrá esconderse en errores arbitrales, mala suerte o culpas de terceros. La
competición es tan larga, dura y exigente que termina por colocar a cada uno en
su sitio de manera justa y natural.
A partir de ahora todo es
relativo y nada, absolutamente nada, tiene el rango de dogma de fe. Los equipos
que mejor juegan al fútbol pueden contar con más opciones; o no. Escuadras que se
han mostrado bastante herméticas pueden empezar a dudar y fallar. Líneas
de vanguardia con poca eficacia, o nulo gol, pueden encontrar
portería con facilidad. Entrenadores tomando decisiones extrañas, precipitadas
y con cierta falta de rigor podrían condicionar más de un marcador. Ha llegado
el momento de la templaza y del saber estar.
Ahora, cuando cada error
puede llevar su condena, aparecerá un condimento que puede cambiarlo
absolutamente todo. Es el estrés competitivo. Cada jugada puede tener una
importancia capital y la presión puede mellar el rendimiento del futbolista,
Medir la ansiedad, controlando sus efectos, será una variable que puede
condenar, o salvar, a más de un equipo.
Sustentarse sobre unos
buenos cimientos tácticos, físicos y técnicos ayudará a encarar los partidos
del sí o no. Los enfrentamientos directos. Sí, esos que simplemente parece que
se pueden ganar aplicando “testiculina” y pundonor a raudales. Pero, como casi
siempre, no será suficiente. Sobre el tapete habrá que poner mucho más. El
rival también preparará el partido a conciencia, estudiará los puntos débiles
de su adversario e intentará hacer sangre sobre ellos. Nadie regalará
absolutamente nada ya que en juego está el fútbol de Primera división.
¿Qué tres ciudades se quedarán
sin él?
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