Recuerdo la
primera vez que fui al Lluís Sitjar. Cogido de la mano, de mi padre, viendo un
campo inmenso y unos futbolistas que parecían dioses. Calcetas bajas, mirada
arrogante y paso firme hacia el campo. Todo bañado en un rojo intenso. El
Mallorca debía medir sus fuerzas contra un Margaritense que no podía ser rival
para un equipo con un campo tan magnífico. Recuerdo al portero rival bañado por
margaritas sobre su portería. "Mallorca, Mallorca, Mallorca" gritaban
con pasión desde el fondo sur.
El envite estaba servido y convencido de
la victoria roja. Mi padre, un excelente consumidor de fútbol, me advirtió:
"GANAREMOS". Al final, sólo pudimos empatar a uno. Terminó el partido
y pude cruzar el campo, a pie al lado de los futbolistas, saliendo del estadio
por la puerta lateral junto a la tribuna cubierta. Allí, el rojo fue la
elección.
Ahora, aquel
equipo vive una verdadera condena. El Club, una institución casi centenaria,
deambula aparentemente hacia un callejón sin salida. La crisis institucional,
producto de la mala gestión de sus dueños, golpea continuamente a sus
seguidores. Y los tiburones deberían tener muy
presente que, los aficionados de toda la vida, tenemos memoria de elefante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario