Cualquier partido disputado
en casa ya es una final. El Mallorca no puede especular y, a partir de ahora,
jugará obligado a ganar.
Si hubiera que elegir una
semana para enfrentarse al Málaga, sin ningún tipo de dudas, sería ésta. El
equipo andaluz ha tenido que desgastarse, ni más ni menos que contra el
Barcelona, y en sus últimos partidos de Liga han manifestado alguna duda. Pero
Pellegrini tiene alternativas suficientes para conservar, tanto el estilo como
el juego, sin que los arañazos del partido de Copa le pasen factura. Un punto, de
nueve posibles, han bajado del pedestal a un conjunto que enseña un fútbol
preciosista y, a la vez, resultadista.
Otra vez se demuestra que no
es imprescindible ser pragmático para sumar de tres en tres. Disfrutar con el
balón e intentar tener el control del partido, con él, es una tendencia
posible. Para el Málaga hay un principio que no se cuestiona: la conservación
del balón. Sus ataques posicionales están llenos de versatilidad, riqueza y
movilidad. Los andaluces mezclan muchos futbolistas por delante de la línea de
balón y lo hacen francamente bien. Cinco, incluso seis, futbolistas pican
movimientos que intentan combatir cualquier tipo de marcaje. Isco, Joaquín,
Portillo, Eliseu, Saviola, o la posibilidad de Roque Santa Cruz, tienen el
talento suficiente como para combatir eficazmente a cualquier contrario.
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