Jugar contra el Barça en su
estadio, con las dimensiones del terreno de juego y con el verde a veintidós
milímetros, es tarea para titanes. Pero si hay que elegir una fecha para
hacerlo, posiblemente, la mejor sea ésta. Para los catalanes el partido es un
compromiso molesto. Este campeonato ya tiene campeón asignado y los partidos de
Liga que restan estorban más que benefician. Y, además de la competición
doméstica, están en medio de unos cuartos de final de Champions, no decididos, y
con jugadores de rango en el dique seco. El mejor futbolista del planeta fútbol
no podrá jugar y en la línea de retaguardia, concretamente en el eje, pueden
aparecer pequeñas fisuras aprovechables. Pero aun así el potencial es tan
exagerado que vencer es casi un imposible.
Para el Mallorca la Primera División está en juego y en
todos los duelos individuales que se produzca se debe notar aspereza y
tensión. Los rojos deben entrar al
partido de forma directa, sin bromas y con contundencia. El fútbol es deporte
de contacto y, dentro del reglamento, la intimidación también forma parte de
este deporte. Ya dentro de la organización del juego será imprescindible no
perder ni la calma ni el saber estar. Metas muy cortas, resistiendo
las embestidas en los minutos de agobio, será imprescindible; no suficiente.
Golpear a balón parado, generar alguna situación de estrés a la contra y no
perder el esférico, en zona de riesgo,
también será más que necesario. Pero sumándolo todo tampoco será
suficiente. Contar con una buena dosis de fortuna y salvar los beneplácitos
arbitrales, que siempre tratan con dulzura a Real Madrid y Barcelona, también
serán avales casi forzosos.
Realmente tampoco hay que
buscar obsesión en este encuentro. Las diferencias son tan magníficas que en
cualquier jugada, de puro talento, todo el trabajo defensivo puede caer en balde roto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario