La diferencia existente, entre
amos contendientes, se plasmó de manera cruel sobre el terreno de juego.
Conservación del balón y localización fueron condena para los rojos. Intentar
ganar la posesión al Barcelona es misión imposible pero minimizar, con algo más
de eficacia, sus efectos es factible. El Mallorca se diluyó como un azucarillo.
Jugó un mal partido y no opuso la resistencia que debe encontrar cualquier
contrario cuando juega al fútbol.
Gregorio Manzano lo intentó
tocando su organización pero terminó pareciendo un rival de inferior categoría.
Se volvió a pasar al 1-4-4-2 metiendo a Pina con Tissone en la zona de medios.
Alfaro y N'Sue jugaron en banda para que Hemed fijara centrales y Giovani
pudiera encontrar un poco de espacio a la espalda de Song. Pero el Barça
decidió sacar el rodillo y aplastar a su rival sin piedad.
Llegó el descanso y el Mallorca
apostó a tres por dentro. Los catalanes contestaron de forma rápida y
expeditiva. Gol en el primer minuto del segundo tiempo y a jugar una pachanga
hasta el final del partido.
Analizar las variantes tácticas
puede resultar casi cómico. Al Mallorca le faltó presión,
agresividad e intención. Perder, contra el Barcelona, es una posibilidad pero capitular con el
primer gol resultó francamente doloroso.
Es partido para no olvidarlo.
Recordar los errores debe ayudar a encarar los dos próximos compromisos
ligueros. Son seis puntos que deben ganarse para tener opción a soñar. Jugar,
contra Celta y Rayo, con el rigor necesario ya es cuestión de supervivencia
competitiva. Las carencias individuales deben corregirse con solidaridad
colectiva y la agresividad debe recuperarse de forma inmediata.
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