El Mallorca
tocó su ocupación del campo y mejoró. Se adelantó la línea de presión, pasando
de repliegue demasiado intensivo a normal, para combinarlo con gotas de ataques
algo trenzados. Además hubo un trabajo colectivo, importante y lleno de
sacrificio, que sirvió para conseguir un empate que rompe la dinámica de seis
derrotas consecutivas.
Fue en el centro del campo en donde se pudo ver más
implicación táctica. El doble pivote estuvo generoso, aplicándose en tareas de
taponamiento en la zona de medios, para sumar en banda y generar situaciones de
superioridad numérica por fuera. Además, tanto Víctor como Hemed, dificultaron
la salida limpia de balón del adversario. Así se minimizaron las estadísticas
de posesión gallega. Los dos laterales brillaron a un buen nivel. Bigas y Ximo firmaron un partido de contención consiguiendo anular el juego exterior gallego. Tanto Augusto como Krohn-Dehli terminaron casi desquiciados y, lógicamente, sustituidos. Geromel brilló y corrigió algunos errores, infantiles y preocupantes, de Conceiçao.
Es justo reconocer que después del gol, de Hemed, los mallorquines se replegaron algo más pero nunca renunciaron a la posibilidad de contraataque. El balón no quemó y gracias a ello se consiguió cierto desgaste del adversario. Por el contrario se notó algo de ansiedad en el último tramo de partido. El miedo a perder apareció sobre el césped de Balaídos y Caparrós decidió asegurar su punto.
Hay momentos en donde es casi imposible ir hacia delante y mostrar ambición y desparpajo. Justo en ese instante se hace necesario tener sangre fría para guardar y conservar. El Mallorca lo hizo y ganó un empate que debe significar un punto de inflexión para futuros compromisos.
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