Tener sed de victoria y
arriesgar para conseguirla suele ser un buen aval. Y en esta ocasión volvió a
ser así. El Rayo arriesgó más, jugó mejor y fue menos vulnerable que el
Mallorca. El azar quiso que los goles llegaran en el último tramo del partido
pero el control, casi siempre y exceptuando diez minutos, fue completamente rayista.
El equipo de Joaquín
Caparrós pecó de un excesivo conformismo que le penalizó con una derrota justa.
El técnico de Utrera optó por dar un carácter más ofensivo a su perfil derecho
pero la ocupación terminó por condenar su propia decisión. N’Sue y Pereira
mezclaron pero lo hicieron demasiado alejados de portería. Además, el francés,
se vio forzado a modificar su posición, con Víctor, para intentar asegurar algo
más de fortaleza defensiva.
De inicio ambos equipos se
hicieron la vida imposible en la medular pero, los de Vallecas, pronto empezaron
a maniobrar para ganar. Paco Jémez fue a la guerra con lo que tenía. Leo Baptistao
tocando poquísimos balones, en los primeros cuarenta y cinco minutos, ya se
erigió en la verdadera amenaza para Dudu Aouate. Y al final consiguió
convertirse en el verdugo del equipo rojo. Tuvo velocidad, habilidad y eficacia
final. Además Domínguez se encargó de asistir mientras Piti y José Carlos,
hasta su lesión, torpedearon por banda a los laterales del Mallorca.
En definitiva el Mallorca
sumó su octavo partido consecutivo encajando gol y mostrándose preocupantemente
dubitativo. El cambio de tendencia debe llegar lo antes posible. Aquel cuadrado
mágico que formaban centrales y pivotes es historia. Conseguir cerrar los
partidos desde el punto de vista defensivo debe convertirse en prioridad y
obsesión. No hacerlo servirá para abrir dudas, más que razonables, en todo el
entorno futbolístico
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